Se atribuye su aparición el 12 de diciembre, a Juan Diego en el cerro del Tepeyac en el año de 1531, sitio que es visitado en su recinto de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México y en los templos e iglesias dedicadas a su culto a lo largo del país por millones de peregrinos y fieles.
Después de la conquista de México, en manos de Hernán Cortes, vino un período conocido como la conquista espiritual. Durante esta etapa, ocurrida durante los primeros años de la Colonia, aparecieron las primeras familias indígenas cristianas en los alrededores de la antigua Tenochtitlan. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y nació en Cautitlán, aldea ubicada al norte de la Villa de Guadalupe, en 1474. El sábado 9 de diciembre de 1531, Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y cuando miró arriba vio un sol resplandeciente y en medio a una señora en actitud de oración (primera aparición), él fue a saludarla y ella le dijo que era su deseo y que construyese un templo en ese llano y le encomendó también que le comunicara ese deseo al señor obispo. El obispo Juan Fray de Zumárraga no lo tomó en serio y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se le apareció otra vez (segunda aparición) para decirle que volviera el domingo a ver al señor obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la virgen. La señora se le apareció de nuevo en una tercera aparición y le pidió que volviera al día siguiente.
El lunes, el día de la cita, se enfermó de cuidado su tío Juan Bernardino y hasta el martes, pudo salir Juan Diego quien se dirigió a la ciudad a buscar a un sacerdote para que le administrara los últimos sacramentos. Iba por ahí, ese día 12 de diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a aparecer la Virgen y le preguntó que le pasaba. El le contó lo de la enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas flores. Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas flores, en aquel lugar habían crecido rosas de Castilla (flor que no es nativa de México y que nunca se había dado allí). Ya con ellas en su ayate, la Santísima virgen dijo que las llevara donde el señor obispo pero que no se desplegase su ayate ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego. Después de conseguir entrar en el obispado, le dijo al obispo Zumárraga, que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada “como por los ángeles”, la imagen de la virgen de Guadalupe.
Pio X proclamó a Nuestra Señora de Guadalupe “Patrona de toda la América Latina”; Pio XI, de “todas las Américas”; Pio XII la llamo “La Emperatriz de las Américas”, y Juan XXIII, “La misionera celeste del Nuevo Mundo” y “las Madre de Américas”. En esta gran basílica Juan Pablo II beatífico al indio Juan Diego el 6 de mayo de 1990.
La fiesta que también se celebra en Santiago de Chile desde hace más de 10 años, y es una devoción que camina con el pueblo mexicano a donde quiera que éste vaya. En cada celebración es típico se le ofrenden a la Lupe, como es llamada de cariño, flores, vives típicos y por supuesto una sonora serenata por un mariachi.