Estimadas familias: Paz y bien.
1) Nacidos del amor y para el amor: El tesoro de la familia no son los
bienes sino las personas, los hijos. Cuidamos a nuestros hijos y resulta difícil
decidir si los enviamos al colegio o privilegiamos la seguridad para su salud.
Engendrados por nuestros progenitores, deseados o no, cada uno llegamos a
la existencia desde el amor de Dios. El Dios de la vida regala a la familia la
vida de cada uno de sus miembros y le encomienda acogerla, protegerla y
cuidarla, ayudarla a desarrollarse y florecer.
Bien sabemos que la familia no es la simple suma de sus componentes, y que
no bastan los lazos de la sangre ni los documentos, ni siquiera el acomodarse
bajo el mismo techo, sino que es preciso la voluntad de compartir vida y proyecto, hacerse familia. A lo mejor esta pandemia, obligándonos a horas juntos,
nos dio tiempo para reflexionar admirados en esa realidad del por qué estoy
con ellos, porque ellos están conmigo, por qué el estado decide si vacunamos
a mis hijos o si los enviamos a un colegio, etcétera.
La medicina debe ayudar a la familia a cuidar la salud con una alimentación,
remedios, condiciones acomodadas; el colegio debe ayudar a la familia a trasmitir unos conocimientos y competencias intelectuales, y unos valores de criterios y convivencia; la catequesis le ayudará en el desarrollo y la vivencia de
su fe religiosa, etcétera.
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Dios ha encomendado ese tesoro que somos cada uno de nosotros sus hijos a
nuestra familia. “Las familias, están llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se
transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del
compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito
privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.
Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros
de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y
jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene
que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los
valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten
desde la más tierna infancia” (Fratelli Tutti 114).
2) Y dejarme completar: ¿Quién soy yo? Nací en una familia que Dios
me regaló porque ninguno de nosotros pudo escoger su familia; crecí y me
desarrollé en esa familia. Nací para el amor: para encontrarme con el amor de
Dios que siempre me acompaña en la existencia. Dios me ama, Dios ama a
cada uno de estos mis familiares; nací para encontrar gente a quien amar, para
recibir el amor que me completará… “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no
es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».
Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro
con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en
que me comunico con el otro». Esto explica por qué nadie puede experimentar
el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de
la verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo,
comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se
construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario,
no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir
como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (Fratelli Tutti 87).
Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor,
hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar
en otro un crecimiento de su ser». Por ello «en cualquier caso el hombre tiene
que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo» (Fratelli Tutti 88).
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“Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más
amplio de relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me
fue configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo,
ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen.
El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el amor que es
auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la amistad, residen
en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son para abrir el
corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta
acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se
constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación. (Fratelli Tutti 89).
Necesitamos estar juntos en familia, y necesitamos espacio personal de estar
separados; pero un aislamiento constante (que sabe mucho de audífonos o de
celulares) no es sano; y en este mes el peligro está en los dos extremos: no
conversar de las situaciones que vivimos como el plebiscito y las lecciones, la
opción por la violencia o por el diálogo, la constituciones y los valores que
deben regir nuestra vida social, pero cuidado con hablar tanto de esos temas
que no conversemos lo que nos pasa, lo que estamos viviendo en nuestro interior. Necesito saber de mi familia y mis familiares, y ellos necesitan “saber”
de mi vida (lo que hago, lo que pienso, cómo me siento, etcétera).
Es mes de la familia. Debemos preguntarnos cuál es el proyecto que como
familia estamos viviendo o vamos a vivir (puede que tengamos que aceptar
circunstancias que nos obliguen a cambiar nuestro ritmo y nivel, porque tenemos menos recursos, por secuelas de lo vivido, etcétera). Es mes de familia.
Debemos preguntarnos cuál es el proyecto de cada uno de los miembros de la
familia. Como Familia Cristiana siempre bien orientados: “La altura espiritual
de una vida humana está marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana».
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Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en
grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor,
el mayor peligro es no amar (Fratelli Tutti 92).
No me cabe duda de que ante esta realidad tan maravillosa de nuestra familia
y de la vida de cada uno de nosotros nacerán deseos de dialogar y aumentar
la comunión de vida y amor; y desde ahí podremos exponer y defender la
familia (que ciertamente sabe de ataques en nuestra sociedad chilena); y entraremos en oración para dar gracias a Dios, para pedirle luz y fuerzas, para
encomendar a cada uno de nuestras familias y a todas las familias de nuestra
iglesia y de Chile, y pondremos bajo el cuidado de la Virgen María Madre de
Jesucristo y Madre nuestra el tesoro de nuestros hijos, de nuestras familias.